martes, 12 de junio de 2012

10.- Terapias matrimoniales



TERAPIA MATRIMONIAL


La terapia de pareja cognitivo conductual ha mostrado su eficacia de manera empírica (Chambless et al, 1998); sin embargo existen limitaciones (Christensen, 1999) que indican la necesidad de irla mejorando. En este artículo se repasa la situación actual de la terapia de pareja, con las aportaciones que se están haciendo, enmarcando todo ello en una visión de la estructura de la pareja, como ente social y relación diádica, que permite una compresión de los avances que se están dando y aporta indicaciones sobre los caminos que seguirá en un futuro inmediato.

La eficacia de la terapia de pareja cognitivo conductual basada en esos parámetros está ampliamente demostrada de forma empírica (Chambless et al, 1998). Sin embargo, el porcentaje de recaídas es muy alto y los informes indican que la mejora del bienestar subjetivo deja que desear (Christensen, 1999). Si bien la terapia de pareja ha pasado por una fase de impasse (Jacobson & Addis 1993; Gottman 1998), en el intento de superación de estas limitaciones, se han ido añadiendo factores en las intervenciones, incorporándose últimamente elementos básicos en la relación interpersonal como son la intimidad y la emoción (Christensen, Jacobson, Babcock, 1995, Jacobson, Christensen, 1996, Cordova y Scott, 2001). No hay que despreciar la influencia que en ello ha tenido el desarrollo de otras terapias, no estrictamente cognitivo conductuales, que han demostrado su eficacia de forma empírica (Greenberg y Johnson, 1988; Snyder y Wills, 1989; Weissman et al., 2000).
Otro factor de influencia que se va plasmando en los últimos años son las investigaciones de la psicología social, que hasta hace relativamente poco no tenían reflejo directo en la terapia (O’Leary y Smith, 1993); pero que se están incorporando en la última década (Johnson y Lebow, 2000).
Se podrían ver estos avances como una mera acumulación de métodos y técnicas sin una guía que los dé sentido. Si bien la terapia de pareja cognitivo conductual ha partido de datos empíricos buscando desde ellos una teoría que los explique (Cáceres, 1996), la consideración de la estructura de la pareja en sus dos vertientes básicas, como ente social y como relación diádica interpersonal, permiten integrar, encuadrar y comprender los últimos avances y aportaciones e intuir los caminos por los que va a discurrir su desarrollo futuro. En este artículo se plantean aspectos generales de la estructura de la pareja como ente social y relación diádica; desde ellos se obtiene un marco en el que se encuadran los conflictos, las áreas en que se producen, sus formas y consecuencias. El mismo planteamiento proporciona una visión que ayuda a comprender las soluciones que les ha dado la terapia de pareja cognitivo conductual, su eficacia y limitaciones y como las últimas aportaciones han ampliado el campo de acción terapéutico, actuando sobre aspectos de la estructura de la pareja que trascienden la mera acción sobre el conflicto. Esta perspectiva permite también intuir los pasos futuros que se darán para ir mejorando en los tratamientos de las parejas.

La pareja como ente social

Vista desde la sociedad la pareja es una entidad basada en la relación entre dos personas. Como ente social la pareja se comporta como una unidad y es reconocido así por los que los rodean. Es dentro de la pareja como institución social donde se producen las relaciones diádicas entre sus miembros. Las leyes, los usos y las costumbres marcan y definen unas características básicas en la pareja, como el compromiso que une a sus miembros, y le asignan una función social, influyendo decisivamente en la forma y contenido de las relaciones entre sus componentes.
Hasta hace poco la inmensa mayoría de las parejas estaban constituidas por un par de personas de distinto sexo que en función de distintas razones decidían compartir su cuerpo, apoyarse mutuamente en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en la tristeza, hasta que la muerte los separase. La pareja era un matrimonio que tenía como objeto social la creación de la familia y plasmaba sus intenciones legalmente en un contrato matrimonial. Actualmente ninguna de las dos cosas es necesaria para que un entorno social considere que dos personas constituyen una pareja; muchas parejas no tienen intención de formar una familia y no plasman su relación por medio de un contrato explícito. El concepto de pareja se ha hecho más amplio.
El papel de la pareja y la familia en la sociedad ha ido cambiando a lo largo de los tiempos. En los últimos doscientos años, la familia ha pasado de unidad de producción a unidad de consumo (Kearl, 2001). Cada miembro de la familia obtiene los ingresos de forma independiente y en la familia se comparten los bienes de consumo, comida, vivienda, etc. La existencia social de la pareja implica que en muchos aspectos mantiene una conducta común, única, y que existen una serie de bienes sobre los que mantiene una propiedad y un uso común. Ante la sociedad emplea el “nosotros” como responsable de la propiedad y de las acciones.
Actualmente se supone que el objetivo implícito con el que cada miembro se incorpora a la pareja es hacer la vida más feliz y plena al otro y recibir un trato análogo. Para ello intercambian conductas y comparten, desde un punto de vista social, una serie de bienes y actividades. Lo hacen de forma prioritaria, llegando esta prioridad a ser un compromiso de exclusividad. Algunos de los bienes y actividades que comparten son:
El cuerpo. Es la característica más específica de la pareja. Las parejas se distinguen porque comparten cada uno el cuerpo del otro. Las relaciones sexuales de los miembros de la pareja se plantean de forma exclusiva entre ellos mientras la relación existe. Es más, generalmente cuando se dan relaciones sexuales fuera de la pareja, se pone muy seriamente en peligro la continuidad de la pareja.
Bienes económicos. Existe un compromiso económico por el que se comparten diferentes bienes. Se suele tener una vivienda en común, aunque actualmente son frecuentes las parejas que tienen casas diferentes y alternan la vida en común durante periodos cortos, por ejemplo fines de semana o vacaciones, con la vida separados, cada uno en su piso. Llevan una relación de noviazgo eterno, en la que no existe el proyecto de profundizar y compartir nada más.
  • El compromiso de compartir bienes económicos puede estar respaldado de forma legal o no; en las parejas de hecho, no existe compromiso legal de compartir bienes y generalmente ni siquiera se pacta explícitamente las reglas que se van a seguir.
  • Hay que resaltar la parte de logística que tiene compartir bienes de consumo. Por ejemplo, si se comparte un piso es preciso determinar quien se encarga de cada tarea doméstica. Actualmente es un foco importante de conflicto en las parejas, quizás por la poca cultura que tienen los hombres de hacer tareas domésticas (Fishman y Beach, 1999).
  • Existen otros elementos que se comparten de alguna forma como el prestigio social, los amigos, pero no se hace de forma exclusiva y la variación del grado de una pareja a otra es muy grande. Por ejemplo la exclusividad a la hora de compartir el tiempo de ocio ha cambiado notablemente; si bien no ha sido nunca determinante para el hombre, ahora cada vez es menor la exigencia y mayor la libertad de cada miembro de la pareja para tener sus momentos de ocio independientes. Hay que tenerlos en cuenta porque priorizar la seguridad económica en el caso de las mujeres o el prestigio social en el caso de los hombres puede dar lugar a distorsiones importantes y a conflictos a largo plazo.

Apego en las relaciones de pareja

No solamente se comparten bienes también se intercambias conductas, así, un aspecto muy importante es el apoyo mutuo. Se plasma en la fórmula de estar juntos en la salud y la enfermedad, en las alegrías y en las tristezas. El otro es el principal sostén ante las dificultades y amenazas de la vida y el apoyo en el desarrollo personal y social.
Nuestro aprendizaje de cómo es en la pareja ese apoyo mutuo se da dentro de la familia en la que nacimos. Una de las primeras conductas que desarrollamos en ella es la de apego. La conducta de apego fue definida por Bowbly (1969) como la búsqueda de protección ante amenazas externas y, en el niño, se concreta de forma principal en buscar la protección de la madre.
Dentro del apego se han considerado las conductas de búsqueda de ayuda y la respuesta que ha obtenido. Así, en su medida, se incluyen factores como la disponibilidad de los padres, su aceptación, su respeto y la facilitación de la propia autonomía, la búsqueda de ayuda en situaciones estresantes y la satisfacción que se encuentra en el auxilio obtenido. El apego se plasma también en un interés en mantener las relaciones con los padres y el afecto que se siente por ellos (Kenny, 1985). Ya de adultos buscamos compañía para reducir nuestra ansiedad y para encontrar apoyo en situaciones amenazadoras (Moya,  1997). Una función social de la pareja es mantener y auxiliar al otro y lo que se haga y como se haga va a estar relacionado con las conductas de apego que aprendimos en la infancia y las respuestas que obtuvimos. e incluye las funciones que dan lugar a las conductas de apego y así lo reconoce la sociedad en las ayudas económicas que se dan en caso de fallecimiento del cónyuge.
Las motivaciones alrededor del apego son una causa importante del mantenimiento o disolución de las parejas. El peso que tiene en la constitución de la pareja se ha empezado a tener en cuenta en la terapia (Johnson y Greemberg, 1985; Lawrence, Eldridge and Chistensen, 1998).
Compartir estos bienes y actividades es lo que define a la pareja como ente social. En cada sociedad existen normas que fijan la forma de hacerlo. Pero las exigencias sociales son menores cada vez y con frecuencia creciente las parejas fijan sus propias reglas al margen de los usos y costumbres vigentes, definen, implícita o explícitamente, que bienes y actividades comparten y hasta que grado lo hacen; muchas veces pensando que situarse fuera de la norma les va a ayudar a no tener los problemas que están en la raíz de los fracasos en la convivencia.
En cualquier caso es necesario establecer una forma de compartir que tiene que funcionar, compaginando los intereses personales de cada miembro de la pareja.

Objetivos personales en la pareja y relaciones de dominancia

Cuando se constituye la pareja cada miembro persigue unos objetivos, implícitos o explícitos, que quiere obtener en la relación. No son objetivos inmutables en el tiempo, a lo largo de la vida de la pareja cambia su importancia dependiendo del desarrollo individual y social o de la fase en que estén, si se tienen hijos pequeños o ya mayores, si se está jubilado, con presiones económicas, etc. (Lawrence, Eldridge y Christensen, 1998). Inicialmente tiene mucha importancia el sexo y luego van tomando preponderancia otros factores como aspectos conversacionales o afectivos (Cáceres, 1996, pg. 36). Los objetivos de ambos tienen que conjugarse y coordinarse en todo momento para que la pareja pueda funcionar. Cuando no están armonizados aparecen problemas. (Epstein et al, 1993)
El manejo del dinero compartido puede ser un ejemplo de cómo funciona la pareja como ente social. Las necesidades y objetivos que cada miembro quiere resolver con el dinero se explicitan en la comunicación y comprensión mutua y tiene que existir un método para fijar las prioridades a las que se va a aplicar la cantidad disponible. La forma de fijarlas es un reflejo del reparto de poder en la pareja. No se trata de que se establezcan unas prioridades objetivamente razonables o equitativas, sino de que sean aceptadas y aceptables por los dos. Como ente social se acaba tomando una decisión conjunta y coordinada.
No es el dinero el único elemento en el que se reflejan las relaciones de poder, en realidad se dan en todos y cada uno de los bienes que se comparten. No tienen porqué ser siempre las mismas; por ejemplo, mientras que en los gastos lleva la voz cantante un miembro en las relaciones sociales, puede ser el otro. En el mundo interno de la pareja uno de los miembros puede tener más capacidad para conseguir que el otro acepte hacer lo que él quiere. Se establece una estructura de poder, definido como la capacidad para influenciar a los otros para que hagan lo que uno quiere (Harper, 1985). Pero el poder depende del manejo de los recursos que uno tiene.
La estructura de poder en la pareja se plasma en las relaciones de dominancia. Su importancia en la pareja y en sus conflictos ha sido ampliamente reconocida. Así Gottman (1979) propuso que la dominancia es un elemento fundamental en el equilibrio de la pareja y que si no se establece una relación de dominancia los problemas están asegurados. El problema que se da con este concepto es su circularidad. Gottmann (1979) define dominancia como una asimetría en las predicciones de la conducta que sigue a la conducta del otro. Esto es, “cuando la conducta de una persona, A es predecible desde la conducta de una persona B, se dice que B es dominante sobre A”. Esta definición tiene como problema que la conducta de sumisión predice, en general, el cese del ataque del individuo dominante. Por ello aplicando la definición anterior el individuo que se somete sería dominante sobre el otro. La definición de dominancia que se centra solamente en la conducta da lugar a ambigüedades, que se resuelven si se tiene en cuenta el resultado del enfrentamiento en cuanto a quien se queda en posesión del recurso en disputa.
Citando una definición más operativa Sluckin (1980) menciona a Thompson (1967), que utiliza un criterio amplio para definir dominancia. Se da dominancia en una interacción cuando un niño
“físicamente gana una lucha, desplaza a otro niño de su lugar, acaba teniendo un objeto que desean mutuamente, o que controla de forma obvia la conducta del otro niño, normalmente a través de órdenes verbales.”
Parece claro que, si bien ni la presencia de una estructura de dominancia ni su ausencia es la causa determinante de los conflictos en la pareja (Gottman, 1998), tener resuelta de forma satisfactoria para ambos la toma de decisiones contribuye a su estabilidad. Los problemas surgen cuando las decisiones que se toman llevan a un resultado negativo para la otra persona. La negatividad se mide desde un punto de vista subjetivo y consiste, la mayoría de las veces, en una discrepancia entre las expectativas y los resultados. En general, es difícil establecer criterios objetivos de negatividad en las relaciones y en las interacciones (Cáceres, 1996). Como en cualquier entidad social las estructuras de poder perduran mientras no haya un cambio en las circunstancias que lleven a cuestionarlas, surge entonces el conflicto de poder que está latente en muchos de los problemas de pareja.

Comunicación y resolución de problemas

En cualquier caso, como se actúa socialmente como una unidad, hay que decidir una conducta única para ambos. Para hacerlo de forma armoniosa tiene que darse una buena comunicación que permita el reconocimiento y evaluación de los objetivos, pensamientos y necesidades de cada miembro de forma conjunta. La terapia cognitivo conductual ha incorporado clásicamente el entrenamiento en habilidades de comunicación como un elemento importante para resolver los conflictos en la pareja (Costa y Serrat, 1982). Hay que tener en cuenta que las competencias que se requieren para tomar una decisión son distintas de las que se necesitan para desarrollar la intimidad. Podríamos comunicarnos bien con la pareja para poder tomar decisiones, pero no para compartir sentimientos o emociones.
La solución de los problemas que se presentan a la pareja tiene que partir de que los dos son capaces de comunicarse y necesitan también tener capacidad de generar alternativas y valorarlas para la consecución del fin propuesto. Para ello son precisas habilidades de resolución de problemas. Si faltan es necesario un entrenamiento, que ha sido abordado con éxito por la terapia cognitivo conductual clásica (Costa y Serrat, 1982).

El compromiso en la pareja

El compromiso es la decisión de pertenecer a un ente social, la pareja. Es la decisión de que, pese a las dificultades que surjan, se va a continuar en pareja luchando de forma eficaz contra los problemas (Beck, 1988). La decisión que implica el compromiso con la pareja es personal, pero se mantiene muchas veces por razones de tipo social, por creencias religiosas, por costumbres y presiones sociales de la familia de origen o del contexto en el que se vive.. Cuando el divorcio estaba prohibido y la presión social en contra de las separaciones era muy fuerte, se obligaba a mantener unas relaciones negativas y destructivas para la persona, sobre todo para muchas mujeres. Actualmente la sociedad ha dejado de hacer presión, y los medios de comunicación social rebajan los aspectos aversivos de las separaciones; magnifican su número e ignoran sus efectos en nuestra salud física y mental. Mantener la decisión formar una pareja hoy no nos condena al sufrimiento cuando se hace insoportable, es posible la ruptura y la presión social para evitarla es cada vez menor.
Es indudable que, cuando se van compartiendo cada vez más bienes y conductas, el compromiso se va haciendo más fuerte. Cuando se compra el piso en común se ha dado un paso importante en el compromiso con la pareja, que se incrementa cuando se tienen hijos, etc. Las decisiones parciales van fortaleciendo la decisión global de permanecer y luchar por la pareja, la separación se hace cada vez más dura y difícil. Las condiciones económicas son un factor que pesa en la continuidad de la pareja, la separación conlleva una disminución del estatus económico de ambos y puede ser muy grave para aquel que tiene menos recursos económicos  y que suele coincidir con el que más ha invertido en la pareja, por ejemplo dedicando tiempo al cuidado de los hijos, o sacrificando la carrera profesional por seguir al otro...
Finchan y Beach (1999) señalan la importante influencia que tiene el compromiso con la pareja sobre la resolución de conflictos.  Un mayor compromiso ayuda a acomodarse y a soportar las conductas negativas del otro. Tanto las parejas armoniosas como las que no lo son tienden a entrar en el proceso de reciprocidad negativa, es decir, respondiendo a respuestas negativas con respuestas negativas porque es lo que menos esfuerzo conlleva. Cuando el compromiso es grande, y no hay presión de tiempo, se hace un mayor esfuerzo para responder constructivamente. Si un miembro no percibe el compromiso del otro, entra con más probabilidad en una relación de quid pro quo que lleva a la reciprocidad negativa que deteriora a la pareja..
La importancia del compromiso la reconoce Sternberg (1986), que lo incluye como uno de los componentes del amor e independiente de otros como el enamoramiento o la intimidad, en su teoría triangular del amor (véase más abajo).

Teoría triangular del amor

En relación con las ideas expresadas en los apartados anteriores Sternberg (1986) plantea su teoría triangular del amor, que ha obtenido cierta evidencia empírica (Lemieux y Hale, 2000). Para este autor el amor tiene tres componentes básicos, la pasión, el compromiso y la intimidad.
Las diferentes formas del amor (Sternberg, 1986, tomado de Moya, 1997)
Amor Triangular: compromiso, intimidad y pasión
La figura anterior muestra las diferentes formas de amor que se pueden dar en una pareja de acuerdo con la teoría triangular del amor de Sternberg.
La relación de estos conceptos con lo expuesto en este artículo hasta este punto es evidente. La pasión correspondería con el enamoramiento, y como este se dispara de forma rápida y también tiende a atenuarse velozmente. En la teoría el compromiso va creciendo de forma lenta a la par que se toman decisiones de compartir en pareja. El concepto de intimidad es más complejo en Sternberg, comprende conductas que aquí se han incluido en otros apartados como el apego, la comunicación o la dominancia.
Los conceptos que emplea esta teoría son complejos y no son independientes unos de otros. La pasión suele generar intimidad, el compromiso ayuda a la hora de crear la intimidad, la pasión y la intimidad pueden generar compromiso, etc. Si bien conceptualmente no existe una relación causal entre ellos si están conectados frecuentemente. Quizás sea esta la causa de que la validación empírica de la teoría, aunque existe, esté teniendo ciertas dificultades (Lemieux y Hale, 2000).

El conflicto en la pareja

En nuestra sociedad existe la certeza de que la relación de pareja está en crisis.  Existe el sentimiento social de que las relaciones de pareja están evolucionando y que el matrimonio como institución social está en proceso de cambio muy rápido. Factores sociales, como la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral o el control de la natalidad; con el resultado de una igualdad creciente entre hombre y mujeres, han influido profundamente en las relaciones entre los componentes de la pareja. Otros fenómenos agudizan el cambio, como el trabajo precario, las jornadas interminables, etc. que retrasan la formación de la pareja y la edad en la que se tienen los hijos y dificultan la comunicación y la construcción de la intimidad. Sobre la crisis de la pareja se manejan cifras que son por sí mismas aclaratorias, pero que es necesario matizar.

Como son los conflictos en la pareja

En condiciones estables en la pareja se establece un statu quo que permite la convivencia, aunque sea dura y aversiva. Es en los periodos en los que ocurren cambios importantes cuando es más probable que se desencadenen los conflictos graves. Cambios como la paternidad/ maternidad, el abandono del hogar de los hijos, la jubilación, alguna enfermedad grave, etc. pueden ser el desencadenante de un problema que en realidad puede llevar larvado mucho tiempo.
Claramente las parejas con conflictos tienen mayores discusiones e interacciones que son problemáticas y les es muy difícil encontrar una salida a la forma de enzarzarse. Desde un enfoque cognitivo conductual se han analizado con detalle como son los patrones de relación en las parejas con problemas, sobre todo en la comunicación y en las habilidades de resolución de problemas. Se ha estudiado empíricamente y de forma exhaustiva el tipo de interacción que ocurre asociada a la existencia de conflictos y que contribuye a perpetuarlos y se han identificado sus componentes conductuales, cognitivos y fisiológicos (una descripción más amplia de algunos de estos modelos se puede ver en Cáceres, 1996).

Conclusión

La estructura de la pareja, como entidad social y en sus relaciones diádicas, está determinada por la evolución y cambio de la sociedad y es diferente en cada contexto, religioso, económico o geográfico, pese al proceso de globalización en el que estamos inmersos. El conocimiento de la estructura de la pareja en cada situación social, permite a la terapia establecer áreas de actuación que van a aumentar su eficacia y ampliar su campo de acción. La consideración de los procesos sociales y diádicos sobre los que se construye una relación permite aclarar y enmarcar el proceso de avance que está siguiendo la terapia. Tener en cuenta las vertientes sociales de las relaciones interpersonales necesita una colaboración amplia entre los psicólogos clínicos y los psicólogos sociales, que seguramente se ha iniciado ya (Finchman y Beach, 1999b; Gottman, 2001), pero que hay que seguir incrementando.
Las líneas de avance propuestas, tanto por la terapia cognitivo conductual integradora como por la centrada en la emoción y las recogidas por Gottman (1998, 1999), dirigen el progreso de la terapia hacia el cambio de conductas relacionadas con las emociones y sentimientos, que hasta ahora no ocupaban un lugar principal entre los objetivos a conseguir, para ello proponen actuaciones directas sobre elementos básicos de la relación diádica como la intimidad y la validación o centrarse en conductas arraigadas y asociadas a fuertes emociones como son las conductas de apego. Actuar sobre el componente más cercano al amor y la pasión supone la consideración de la mejora del intercambio sexual, no como resolución de problemas patológicos, sino como mejora y potenciación del componente pasional de la relación, para no caer en la rutina y el aburrimiento y evitar que el enamoramiento y la pasión queden totalmente apagados con el tiempo.
La importancia de potenciar en compromiso con la pareja se ve en los resultados que consigue Halford (2001) con su terapia autorreguladora, porque los miembros de la pareja, cuando son conscientes de la importancia que tiene esta para conseguir sus propios objetivos se esfuerzan de manera eficaz en resolver los conflictos y continuar con la pareja, sin necesidad de intervenciones adicionales. Para incrementar el compromiso hay que tener en cuenta que su proceso de creación está compuesto de decisiones de ir compartiendo bienes y conductas con el otro, lo que les va uniendo en la consecución de objetivos e intereses y haciendo más difícil la ruptura y por tanto motivándolos a que incrementen los esfuerzos para continuar juntos. También hay que tener en cuenta que el compromiso tiene mucho que ver con la presión social que exista sobre la continuidad de la pareja y que estamos en una época en la que se minimiza la importancia del compromiso y de los esfuerzos que el conlleva.
Una faceta que va a tener mucho peso en la evolución de la terapia de pareja es su empleo en otro tipo de patologías, que hasta hace poco tiempo se trataban de forma exclusiva individualmente. El efecto que tiene en el tratamiento de la depresión es de sobra conocido, (Jacobson, 1991, Weisman et al., 2000). Al igual que los conflictos en la pareja pueden llevar a la depresión a sus componentes, se está utilizando la terapia de pareja para solucionarlo. La experiencia de la terapia interpersonal es prometedora también en otro tipo de trastornos, lo que es un índice de su expansión imparable por medio de su aplicación a otros problemas. En este sentido hay que tener en cuenta datos como que el desajuste matrimonial puede incrementa el riesgo y la gravedad de las recaídas después de un tratamiento exitoso de la depresión (Whisman, 2001).
Todas las terapias que se han mencionado en este artículo tienen una validación empírica, pero no hay que olvidar que cuando se hacen nuevas propuestas se continúa el proceso de contrastación; ya no se trata de comparar la intervención propuesta con listas espera o tratamientos placebo, sino que habrá que cotejarla con los resultados de una terapia que se ha mostrado eficaz.




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